Leyendas Caroreñas

La Leyenda del Diablo de Carora


En la Colonia, Carora fue, como todas las ciudades y aldeas un sitio de paz, de tranquilidad, de vida familiar, monótona, religiosa, de buenas costumbres. Siempre ha sido religiosa, donde se practican las enseñanzas de Cristo, donde reinaba la honestidad de sus habitantes junto con una moral estricta y un sentido firme y único de la justicia. Para mediados del siglo XVIII existían en Carora cuatro hermanos de apellido Hernández Pavón y dos alcaldes: Don Adrián Tuñón de Miranda y Don Tiburcio Riera.
Los hermanos Hernández se dedicaban al contrabando con Coro y esto alcanzó tal magnitud que intervinieron las autoridades respectivas y ordenaron perseguir y acabar con tal contrabando.
Los dos alcaldes lograron sorprender a los hermanos Hernández e hicieron preso a uno de ellos, teniéndolo, en calidad de detenido. Los otros tres hermanos procedieron al rescate, atacaron la casa de la policía, dieron muerte a un soldado y liberaron a su hermano. Esto lo hicieron aprovechando la siesta de los caroreños.
Los cuatro hermanos, envalentonados se descuidaron, parece que se tomaron unas copas lo que dio tiempo a que los alcaldes reunieran sus fuerzas y los atacaran. Las fuerzas del gobierno eran superiores y los Hermanos Hernández Pavón no les quedó otro recurso que refugiarse en el convento de Santa Lucía, que estaba situado en la calle Falcón, por los lados del Pajón. En este tiempo los conventos gozaban de inmunidad, no se podían allanar sin tramites muy complejos, pero los alcaldes y sus fuerzas enormemente indignados llegaron al convento y cuando el Prior se negó a entregar a los refugiados amenazaron con destruir las puertas con hachas y entrar ellos mismos y sacar los refugiados. En vista de esto, el Prior tuvo que ceder y entregar a los fugitivos bajo protesta por el sacrilegio que significaba forzar la entrada de su Convento.
Los cuatro hermanos fueron llevados a la Plaza Mayor (hoy Bolívar) y ejecutados en el acto.
Esto para la Carora de entonces, pequeña villa recoleta, respetuosa con las Autoridades y con Santo Temor de Dios, fue un escándalo que produjo asombro, ira y miedo colectivo. Al no explicarse porque hubo cinco muertos, blasfemias, irrespeto a la Casa de Dios y a sus servidores consagrados apelaron entonces a las fuerzas sobrenaturales y se creó la leyenda de que en Carora el Diablo andaba suelto.
El destino que corrieron los Alcaldes no pudo ser menos dramático: Don Tuñón de Miranda huyó al nuevo Reino de Granada, y con otro nombre, se radica en Tunja y Don Tiburcio Riera, fue preso, juzgado y sentenciado a muerte ejecutada en la Plaza de La Guaira, en una de cuyas mazmorras estaba detenido.
El caroreño cuando se asombra y quiere ponderar algo muy grande dice: ¡AH DIABLO!.


La Maldición del Fraile



En el año de 1859, fue expulsado del Territorio Fray Ildefonso Aguinagalde, Papa Poncho, el Fraile. Además se dice que llegó a Carora en donde fue cura párroco de una iglesia y se cuenta que cuando le llevaban a alguien para hacerle los oficios fúnebres preguntaba que quien era y a que partido perteneció. Si le contestaban que había sido conservador, al tiempo de asperger el agua bendita murmuraba entre dientes: "!Agua bendita perdida, alma de godo no se salva!"
La expulsión tuvo carácter vejamen pues fue montado en un asno hembra, con la cara mirando la cola del animal, es decir, montado al revés. Así fue llevado, en medio de burlas y risas hasta los límites de lo que abarcaba el territorio. Al llegar aquí, es decir, al límite territorial, el Fraile fue apeado y entonces se quitó las sandalias, las sacudió, chocando una con otra y dijo que lo hacía para no llevarse ni un gramo de polvo de este Territorio. Después se volvió hacia donde quedaba Carora y pronunció estas palabras: "¡Malditos sean estos godos hasta la quinta generación!". Esto se conoce como la maldición del Fraile. Desde entonces, todo sería aciago, toda tragedia que afecte a una de estas familias, dicen exclamando, ¡Es la maldición del Fraile!